La piedra Rosetta es un fragmento de una antigua estela egipcia con un decreto sacerdotal grabado en ella, en honor al faraón Ptolomeu V, realizada en el año 196 a.C.

 

En 1799, un destacamento militar francés la encontró en la costa norte de Egipto y resultó ser un elemento clave para descifrar los jeroglíficos egipcios. Gracias a su texto bilingüe, cambió la historia de la arqueología y de las traducciones.


El decreto aparece en tres escrituras distintas: jeroglíficos egipcios, escritura demótica y griego antiguo. Tras estudiarlo muchísimo, se llegó a la conclusión que la piedra presenta el mismo contenido en las tres inscripciones, pero en diferentes lenguas: las primeras líneas de la estela están escritas en el idioma de los egipcios, el jeroglífico; la parte central en demótico, un lenguaje derivado del hierático, y en la parte inferior aparece el griego antiguo, la clave que permitió entender plenamente el contenido.

 

En la actualidad, la cuestión sobre cuál de los tres textos es el original sigue siendo controvertida. Algunos creen que el griego antiguo es el original, puesto que era la lengua del gobierno egipcio bajo el mandato ptolemaico; otros piensan que los jeroglíficos son las inscripciones más importantes y, por lo tanto, el original porque su finalidad era que los dioses y algunos sacerdotes pudieran leerlo; mientras que también se defiende que las tres versiones fueron creadas simultáneamente.

 

Antes del descifrado de la piedra, nadie podía escribir ni leer los textos en jeroglífico, ya que la lengua y escritura del antiguo Egipto se perdió poco antes del fin del Imperio romano. Se conocían estas inscripciones, pero eran ininteligibles y no fue hasta 1822 que Jean-François Champollion empezó a descifrar los misterios de la escritura jeroglífica.

 

Champollion consiguió detectar los nombres propios de los reyes porque aparecían rodeados por un óvalo. Además, dedujo que el idioma jeroglífico no era ideográfico, es decir, cada símbolo no representaba un único significado, sino que tenía también un valor fonético.

 

La piedra Rosetta tardó mucho más en descifrarse de lo que inicialmente se esperaba porque el hecho de no poder comparar palabra por palabra las tres versiones dificultó mucho el proceso. De hecho, el número de palabras totales en cada uno de los idiomas es muy diferente, por ejemplo, hay muchos más jeroglíficos que palabras en griego.

 

Fue especialmente frustrante para los estudiosos que anhelaban encontrar una clave bilingüe exacta para todos aquellos jeroglíficos egipcios. Pero, finalmente, se consiguió clasificar y se compuso una tabla de 300 signos jeroglíficos, hieráticos y demóticos que más adelante daría paso al desarrollo de la primera gramática del antiguo Egipto y un diccionario de jeroglíficos.

 

El idioma jeroglífico dejó de ser un misterio, gracias a eso, fue posible entender muchos documentos e inscripciones y el mundo empezó a conocer la historia de una de las civilizaciones más antiguas de la humanidad. Hoy en día, la piedra Rosetta es la pieza más visitada del Museo Británico de Londres y se considera que es una joya de la historia del lenguaje y de la transcripción.